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El Mundo Fungi en Parque Nacional Patagonia

Otoño es sin duda un periodo especial para quien visite el bosque caducifolio, no solo por sus colores, sino también por la llegada de los diferentes tipos de hongos a la Patagonia.

Los Hongos

No son ni plantas ni animales, sino que constituyen su propio Reino, el Fungi. Además de ser los grandes recicladores, en los bosques de Parque Nacional Patagonia se asocian a Nothofagus, siendo el más emblemático el hongo morchella o morilla, cuyo valor gastronómico excepcional hoy lo sitúa como el tercer hongo más caro del mundo.

Los hongos, al igual que las plantas, son sésiles, es decir que viven la mayor parte del tiempo conectados a un sustrato particular. Este puede ser la tierra, madera u otros cuerpos de los que puedan nutrirse. En otoño (algunos también en primavera) hacen crecer sus cuerpos fructíferos encargados de producir las esporas cuya función es la reproducción sexual.

Hongos de la Patagonia

En la región de Aysén existen especies de hongos que históricamente han sido utilizadas como alimento de los pueblos originarios. Tal es el caso de los hongos conocidos popularmente como Pan de Indio o Pan de Monte (Cyttaria harioti) recolectados y cocinados por los tehuelches; y los digüeñes (Cyttaria darwinii) típico ingrediente culinario de las poblaciones mapuche. Estos hongos se encuentran en los troncos de diversas especies de Nothofagus, de los que son parásitos. Esto quiere decir que causan ciertos daños a sus hospedadores, y en este caso los árboles presentan tumores globosos llamados “nudos”, que obstruyen los conductos de savia.

En cuanto a los hongos más vistosos que podemos encontrar en los suelos de este bosque destaca la presencia de Cortinarius magellanicus, cuyo brillante color morado suele verse a los pies de coigües y lengas. La gomita del bosque (Heterotextus alpinus) si bien presenta cuerpos fructíferos pequeños se destaca por su fuerte color rojizo. A diferencia del anterior, éste se desarrolla sobre ramas y madera muerta, que aún mantienen la humedad del invierno.

(Imagen por Patricio Jiménez Barros)

No todos los cuerpos fructíferos proliferan en otoño, algunos también lo hacen en primavera. Este es el caso de las morillas (género Morchella) cuya diversidad de géneros es amplia y distintiva en la Región de Aysén. Se distribuye en el suelo del bosque, pero también es posible encontrarlo en lugares inesperados, como en los valles, en patios y potreros. Hoy, la morchella ha visto en amenaza sus poblaciones dado “la fiebre” que existe entre recolectores e intermediarios por obtener este hongo de alto valor comercial y exquisito sabor terroso.

morchella-hongos-de-la-patagonia

Si bien existe morilla en otros lugares del mundo, Claudia Gómez sostiene que la morilla de Aysén y el Parque Nacional Patagonia, al estar asociada a árboles de Nothofagus, guarda un sabor y propiedades organolépticas muy particulares que la diferencian de las otras morillas existentes. El cambio climático, la desertificación, los incendios intencionados y las malas prácticas de colecta sin protocolo sustentable ha puesto en riesgo la presencia de este delicioso hongo. Hoy, agrupaciones de recolectores como Patagonia Intensa, cuya presidenta es Nils Nildeen, se han preocupado de generar conciencia respecto a prácticas de recolección sustentable. También han intentado evitar el uso de intermediarios y así favorecer a los recolectores locales que crean subproductos de morilla, para asegurar que este hongo nativo pueda recuperarse en cada temporada.

(Imagen de agriculturers.com)

Existe una cantidad considerable de hongos en la Región de Aysén, pero no se sabe con exactitud cuántos hay, menos aun en el Parque Nacional Patagonia. En general existen pocos estudios sobre la diversidad fúngica en Chile, ya sea microscópica o macroscópica, sin embargo es un área incipiente en el que actualmente existen muchas agrupaciones y personas naturales dispuestas a estudiar a estos seres pequeños y silenciosos que inundan los bosques y pampas con sus enredados micelios.

*Esta información fue obtenida gracias a Sánchez Jardón et al, 2017.