La historia sin fin – Otoño en Parque Nacional Patagonia
Por Guy Wenborne
Es el evidente flujo del tiempo, ciclo vital constante, marcado por el latido de las estaciones, pulso de vida y muerte en el valle del Parque Nacional Patagonia. Una historia que suena ya contada pero que se tiñe siempre distinta al adentrarse en su profundidad.
Otoño en Parque Nacional Patagonia es la hora de la calma, de la quietud y la contemplación. Es el tiempo de guardarse y descansar, de bajar el ritmo frenético, después de la explosión de vida que representaron las dos estaciones previas, antes de adentrase en la intimidad del invierno.
La evidencia cromática es lo mas bello y palpable de esta época. Observar detenidamente, como un radar tridimensional, detectando los posibles ángulos de visión, conectando tanto las vistas generales con los primeros planos, así como los detalles más sutiles, es lo que me mantiene alerta y enamorado de la luz en el paisaje. Es ahí donde me encuentro pleno y feliz.
En un valle sombreado por la falta de horas de sol se desliza un destello tímido, una luz cálida, con la medida justa de brillo para ser hermosa y lo suficiente de voluptuosa para seguir elegante.
Lo más evidente y palpable es el cambio de color en los nothofagus antartica y nothofagus pumilo. Árboles que pueden dar fe de la rudeza del clima, en cuyos brazos contorsionados tienen grabadas derrotas y sobrevivencia.
Identifico a cada uno de ellos como personajes únicos que tienen su propia personalidad: Algunos felices, otros rudos, esforzados, grandiosos, a medio vivir o a medio morir. Cualquiera sea el caso, su futuro es proyectado en hermosos esqueletos blancos, monumentos de sus glorias pasadas.
Árboles nostálgicos que honran el reciente verano, incendiando su follaje y cambiando su química clorofílica de colores fríos verdes a los colores cálidos del fuego otoñal.
Cada una de estas lengas y ñires a su tiempo y turno escogen sus tonos: Amarillo, naranjo, salmón, rojo, morado, ocre, limón, café, violeta, magenta e infinitos matices de llamas quietas. En las alturas son los primeros, rojos-morados, que van soltando sus hojas para alfombrar el suelo e integrarse como una nueva capa de sustrato vegetal que se entreteje con troncos de entonces y plantas de ahora.
Caen los primeros mantos de nieve, que en la parte baja del valle se derriten rápidamente, pero estas capas blancas, que alcanzan las montañas más altas, permanecen en las laderas australes de los colosos cerros. Son las primeras pinturas que tiñen de ausencia de color esta parte de la geografía. Golpes de frío que aceleran los cambios en el follaje.
En el sotobosque la nieve se derrite suavemente para incorporarse como humedad a la tierra e indicarle al sistema micelio que es hora de florecer, esporar, despertando al reino fungi, red de redes, bajo la tierra. En pocos días se asomarán rápidamente los hongos, solos o en familias, todo conectado y en ciclo perfecto.
Si el otoño, en Parque Nacional Patagonia, es el fin o el principio del ciclo eso no importa, es solo un constante latir cíclico que sucede vitalmente, es vida en su forma mas sana y natural.
Ser testigo de este proceso me emociona, me energiza, me activa y me fascina retratar los aspectos visuales cromáticos de este pequeño instante, de un constante fluir cíclico de las estaciones del año en un territorio que está en proceso de creación.
Soy un agradecido de estar en ese momento preciso, siendo testigo de una luz que incide en la escena para volver a contar una historia sin fin.
Gracias naturaleza
Gracias familia Tompkins
Gracias Explora
Guy Wenborne