Entre sierras y gauchos: un increíble viaje en el tiempo a través de la Reserva de Conservación Torres del Paine
En los majestuosos paisajes de la Patagonia, rodeado de los Cuernos del Paine y la Sierra Baguales, al noreste del Parque Nacional Torres del Paine, se emplaza un ecosistema que alberga una fascinante historia y prehistoria, importante biodiversidad y valiosa cultura local. Es el caso de la Reserva de Conservación Torres del Paine, un espacio donde el turismo y la conservación se unieron, a través de innovadoras prácticas como la ganadería regenerativa, con el fin de restaurar y proteger un territorio único para las generaciones presentes y futuras.
Por Ladera Sur.
Como si se tratase de una extensión del reconocido Parque Nacional Torres del Paine ubicado en la Región de Magallanes y la Antártica Chilena, a tan solo 1,3 km de distancia de la Laguna Azul se encuentran 6.000 hectáreas de gran riqueza ecosistémica, donde conviven la estepa patagónica, el desierto andino, el matorral preandino y el bosque magallánico junto a diversas fuentes de agua y vida como el río Zamora y el río Las Chinas, que cruzan este amplio y remoto territorio.
Desde el 2019 que el equipo de Explora decidió embarcarse en la conservación, protección e investigación de estas tierras australes. Y, no fue casualidad que, entre el viento y el profundo silencio de estas montañas, los primeros estudios científicos arrojaron que la Reserva de Conservación Torres del Paine era el hogar de 131 especies de flora, 50 especies de aves y 15 especies de mamíferos.
Para el desarrollo de este proyecto, Explora creó una innovadora alianza (corporate partnership) con The Nature Conservancy (TNC), organización que trabaja hace décadas en el mundo por la conservación de territorios y nos diseñará y supervisará el plan de conservación.
Es así, como entre flamencos chilenos (Phoenicopterus chilensis), cóndores (Vultur gryphus), pumas (Puma concolor), guanacos (Lama guanicoe) y una maravillosa vegetación, la identidad e historia geológica, paleontológica y cultural de este lugar se busca resguardar y preservar en el tiempo.
La metamorfosis de un territorio y sus habitantes
Antes de ser el territorio de paisajes abiertos, maravillosas siluetas montañosas y las prominentes masas de agua que conocemos hoy en día, hace 65 millones de años atrás, durante la era mesozoica, la provincia de Última Esperanza, lugar donde se encuentra la reserva, lucía irreconocible: era parte del supercontinente denominado Pangea y se encontraba sumergida bajo el agua, lo que explicaría la actual presencia de fósiles marinos en la zona.
Años más tarde, la región sufriría grandes mutaciones, que darían paso a la formación de la cordillera de los Andes y, durante la era cenozoica, a la expansión de glaciares que ayudarían a formar los grandes lagos y relieves montañosos que hoy nos acompañan, tal como es señalado en una profunda investigación sobre el territorio de la reserva realizada a cabalidad por Paula López Wood, escritora, investigadora y realizadora audiovisual con Magíster en Escritura Creativa de la Universidad de Nueva York.
“Pequeñas huellas del pasado enterradas en formaciones geológicas tales como Cerro Guido o Sierra Baguales, brindan extractos importantes de la vida ocurrida en otros períodos de la gran historia geológica”, se puede leer en el análisis y estudio de la investigadora López Wood, agregando que el descubrimiento de la emblemática Cueva del Milodón, a pocos kilómetros de la reserva, fue uno de los primeros hitos históricos de la Patagonia que logró marcar un vínculo entre la ciencia y el turismo.
Probablemente, los hallazgos prehistóricos más significativos de la región nombrados por López Wood fueron los restos fósiles de ictiosaurios de entre 129 y 139 millones de años en el glaciar Tyndall, Pachydiscus o amonites de gran tamaño de 85 millones de años en el Cerro Toro, hadrosaurios de 68 millones de años en Cerro Guido y los restos de un milodón (Mylodon darwini) de 15.000 años en la antes nombrada Cueva del Milodón.
En conjunto con las transformaciones geológicas y los increíbles hallazgos paleontológicos, tal como lo expone la investigadora, el ser humano comenzó su aparición en el territorio austral hace no más de 11.000 años atrás, hecho que queda en evidencia con los descubrimientos arqueológicos encontrados en diversas cuevas magallánicas, entre los cuales destacan materiales de fabricación humana y arte rupestre.
“Por los trabajados realizados en zonas aledañas a la reserva sabemos que los primeros pobladores eran grupos humanos pequeños de cazadores recolectores, que cohabitaron con la megafauna, que se alimentaban principalmente del guanaco y que probablemente desaparecieron con la misma megafauna y que luego vino otra oleada a la región”, argumenta López Wood en el documento.
Más adelante en la historia, gracias a diferentes relatos escritos por exploradores y cronistas que visitaron las tierras patagónicas desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX, y recientes estudios antropológicos, se logró dar cuenta de cómo habitaban los pueblos originarios como los tehuelches, en qué consistía la interacción humana de la zona y cómo fueron los movimientos poblacionales del sector.
El patrimonio de las estancias ganaderas y la cultura gaucha
Las reconocidas estancias ganaderas surgen con el cargamento de las primeras ovejas que llegan a la región en 1876 desde las Islas Malvinas y, a partir de ese momento, la industria solo comienza a crecer y aumentar su demanda, llegando en 1910 a dominar gran parte de las tierras magallánicas y la economía de la región.
A su vez, la cultura gaucha se iba arraigando con los campesinos y arrieros que trabajaban en dichas estancias, dando paso a una valiosa cultura local, conocedora de los rincones y espacios más recónditos de Magallanes y portadora de grandes saberes: “La vida de los arrieros que trabajaron por la actual Reserva de Conservación era solitaria, dura y muy conectada con la naturaleza”, se aprecia en el escrito de Paula López Wood.
En el actual territorio donde está emplazada la Reserva de Conservación Torres del Paine, se encontraban antiguamente tres importantes estancias o puestos ganaderos: la estancia Santa Gemita, poseedora de los paisajes más impresionantes de la zona con una vista directa a la maravillosa cordillera Paine; el puesto El Mercado, un pequeño campo con un importante bosque de lenga (Nothofagus pumilio); y el 2 de enero, de gran envergadura y donde aún se conservan sus instalaciones.
Romina Da Pieve, subgerente de Reservas de Conservación Explora, comenta que parte del proyecto de la creación de la reserva era proteger el patrimonio cultural del gaucho, razón por la cual están trabajando codo a codo con la comunidad, además de haber renovado un antiguo galpón de esquila, el que sigue siendo manejado por gauchos, pero esta vez para recibir a exploradores que quieran empaparse de la cultura local.
“Dentro del galpón de esquila reconstruimos la historia gaucha con infografías, antiguas herramientas y varios guiños de lo que pasaba ahí adentro en su momento. Vivir acá en esos años, donde trabajaban la ganadería era muy duro, siempre encuentro que es bien heroico lo que los pioneros hicieron acá”, agrega la subgerente.
La importancia ganadera de la zona y su cultura tan sólo se ven aumentadas por las antiguas y famosas construcciones de la región magallánica, como el galpón de esquila más grande de la Patagonia ubicado en Villa Cerro Castillo o el antiguo frigorífico de Puerto Bories.
Retiro de cercos, caballos y ganadería regenerativa
Da Pieve alcanzó a conocer la zona cuando aún funcionaban las estancias ganaderas y vivían familias en ellas. Sin embargo, al mismo tiempo se percató del cambio que se generó en el ecosistema cuando esas familias se retiraron y poco a poco se fue quitando el ganado del lugar.
“Yo pude ver, año a año, cómo iba ocurriendo una restauración natural de los campos por el simple hecho de haberle dado un descanso a estas tierras del pastoreo”, expresó la subgerente, argumentando que además, para solucionar problemas de cercos averiados con sus vecinos, empezaron a retirar las divisiones internas que dividían las antiguas estancias para reubicarlas en los cercos limítrofes dañados, lo que produjo otra sorpresa e impacto positivo en la biodiversidad del sector.
Otra gran idea para restaurar los suelos de las antiguas tierras ganaderas surgió al pensar en el uso regenerador que podían tener los caballos destinados al traslado de los viajeros Explora en el suelo de la reserva.
Gaela Hourcq, jefa de las caballerizas de Explora, explica que los caballos andan libres en ciertos sectores que ellos determinan, para luego ir cambiándolos de zona dependiendo de la situación del suelo: “No les falta comida, pero sí no pueden elegir donde estar. Este año estamos probando cómo nos va con el frío y las zonas más expuestas”, agrega.
Y, es que en Explora tienen dos tipos de caballos: uno criollo, nativo del sector que es muy resistente al clima y es maravilloso para montar; y un caballo Explora, que es mestizo de inglés con criollo que luego se cruza con un árabe, resultando en un caballo despierto y firme.
“Nosotros pensamos que la ganadería regenerativa con caballos se debía hacer de la mejor manera posible, y para eso, empezamos con un programa piloto que ya lleva un año. Con esto queremos demostrar que la ganadería basada en nuevos criterios científicos o el manejo de animales con cuidado de las cargas, puede ayudar y acelerar la restauración de los suelos”, explica Da Pieve.
Desde el 15 de diciembre de 2022, la Reserva de Conservación está recibiendo a visitantes de todos lados del mundo, para que puedan disfrutar de 12,5 km de senderos autoguiados e increíbles paisajes con una flora, fauna y funga única, además de un trasfondo histórico y cultural que promete sorprender a cualquiera.