Valle Sagrado, el primer paso hacia la inmensidad del Imperio inca
Si Machu Picchu –la ciudad del siglo XV escondida en la cordillera de Los Andes– es la cara más reconocida del antiguo Imperio inca, Valle Sagrado es su puerta de entrada: la mejor manera de introducirse en su geografía y cosmovisión.
Desde que en 1911 el explorador estadounidense Hiram Bingham difundió las primeras imágenes de Machu Picchu, este sitio arqueológico cercano a Cusco –en Perú– se convirtió en un destino atractivo para viajeros de todos los rincones del mundo. Pero, a pesar de su indiscutible protagonismo, lo cierto es que existen muchas otras huellas tangibles de la compleja civilización incaica, la que llegó a extenderse por lo que hoy es Perú, Ecuador, Bolivia, Colombia, Chile y Argentina.
Sin ir más lejos, a los pies de las montañas que sostienen Machu Picchu, se encuentra un testigo tan elocuente de lo que fue el Imperio inca como lo es esta famosa ciudad: el Valle Sagrado.
El Valle Sagrado de los incas era la fuente de alimento para los antiguos habitantes de Cusco y sus alrededores. Se trata de un fértil valle que bordea el río Urubamba y que, al estar protegido por las montañas andinas, permitió a los incas desarrollar abundantes cultivos de papa y maíz.
Ahí construyeron ciudades y fortalezas con sofisticadas técnicas arquitectónicas que nada tienen que envidiar a Machu Picchu: bloques de piedras encajados con tal precisión que parecen inmunes al paso del tiempo. Ollantaytambo, por ejemplo, es conocida como la ciudad inca viviente, ya que ahí aún se utilizan las construcciones que sobrevivieron al imperio, pero con fines contemporáneos. Junto a un parque arqueológico que protege restos de estas edificaciones, conviven otras que son habitadas de manera cotidiana por las comunidades locales. Los viajeros pueden caminar por sus estrechas calles y visitar su mercado, que ofrece tejidos, productos tradicionales del valle y de la selva cercana. Según algunos historiadores, se trata del asentamiento humano más antiguo de Sudamérica ocupado de manera continua.
Como esta, muchas otras huellas del antiguo Imperio inca se mantienen vivas hasta hoy en Valle Sagrado. Los viajeros pueden recorrer parte del Qhapaq Ñan o “Camino del Inca”, el sendero que comunicaba al imperio mediante un sofisticado sistema de mensajeros y estaciones de relevo; y conocer modos de vida que sus habitantes han mantenido por siglos: desde el pastoreo de llamas y alpacas hasta distintas técnicas para cultivar la tierra según la altura geográfica, usando un sistema de terrazas.
Así, Valle Sagrado ofrece un equilibrio entre vestigios del pasado, naturaleza virgen –desde impresionantes lagunas en altura hasta quebradas y cumbres nevadas– y el quehacer de las comunidades locales actuales. Resulta imperdible visitar y compartir con las comunidades salineras de Maras, las que extraen sal de manera artesanal, siguiendo un método que tiene siglos de antigüedad: acumulan agua de alta salinidad en pozones, esperan su evaporación y luego cosechan. Más de 3 mil de estos pozones de sal forman un imponente paisaje geométrico.
La amplitud de Valle Sagrado entrega, además, un espacio de silencio para contemplar el imponente escenario andino y el contexto que forjó la civilización incaica, ya que aún se mantiene alejado del bullicio turístico. Si a esto se suma que se encuentra a una menor altura geográfica que la que se debe alcanzar para llegar a Machu Picchu, se convierte en el punto de inicio perfecto para el viajero que recién arriba a la región.
La propuesta de Explora
“Explora ofrece una combinación única: la historia de Valle Sagrado, la influencia andina, las montañas, la arqueología y arquitectura, la cultura viva, la flora y la fauna”, describe Diego Piqueras, gerente de destino de Explora en Valle Sagrado. Comenta que la experiencia del viajero se organiza en cuatro pisos altitudinales, de manera que su cuerpo pueda aclimatarse poco a poco a los efectos de la altura. Las rutas fueron diseñadas especialmente por Explora luego de años de investigación en terreno, y por lo tanto ofrecen una perspectiva original, una inmersión sin precedentes.
El lodge se ubica en medio de una plantación de maíz cercana al pueblo de Urquillos, y su arquitectura recoge la amplitud, luminosidad y tonalidades de su entorno. De esta manera, en la comodidad de su interior, se sigue en conexión con el destino.
Esto ocurre especialmente en cuanto a la experiencia gastronómica. El viajero puede conocer los cultivos de papas y maíz, con sus insospechadas variedades, para completar el recorrido en la propia mesa: “Hay una conexión con la exploración, lo que puedes ver y oler en el camino, en la noche lo puedes comer”, comenta Piqueras. La carta fue creada por Virgilio Martínez, el chef detrás del restaurante Central, escogido el mejor del mundo en 2023 por el ranking The World’s 50 Best. Piqueras destaca: “Virgilio Martínez estudia mucho, levanta información de los productos y tiene mucha influencia ancestral; todo esto lo trasladó a lo que llamamos un menú del destino. Todos los insumos son de la zona”. Como destacados, menciona el charki de pato, una especie de crudo con cebollas secas y ají de la selva; y la crema de distintos maíces y chuño, que es papa deshidratada según un método de conservación tradicional peruano.
Finalmente, el valle permite absorber el pasado y presente de una cultura y geografía única. Una experiencia que incluso puede no terminar en Machu Picchu; porque –lo comprobará el mismo viajero– Valle Sagrado es ya un fin en sí mismo.