Nuevo! Expedición Montañas Sagradas: El Desconocido Camino Inca hacia Machu Picchu

Descubre un viaje lleno de historia en esta expedición de nueve días, que recorre la cordillera de Vilcabamba y el Valle Sagrado de los Incas hasta llegar a Machu Picchu, una de las Siete Maravillas del Mundo. Desafía tus límites en esta emocionante aventura, con el apoyo de nuestros guías y un experimentado equipo de montaña Explora, mientras disfrutas del entorno en nuestros exclusivos campamentos de lujo y nuestro premiado lodge Explora Valle Sagrado.

9 Días | Desde USD $7,840 | Exclusivo hasta 8 Viajeros
Esta expedición requiere de excelentes condiciones físicas

EXPEDICIÓN A PERÚ: ITINERARIO GENERAL

Vive una aventura nómade en el corazón de la cordillera peruana de Vilcabamba y el Valle Sagrado de los Incas. Acompáñanos en un viaje íntimo y exclusivo para un máximo de ocho personas, por una desafiante y poco frecuentada ruta de senderismo que recorre antiguos caminos incas y los bosques nubosos de la Reserva Natural de Misquiyaco, con vistas al glaciar Huayanay y al imponente nevado Salkantay. Contarás con el apoyo de un experto equipo de guías, reconocidos por su conocimiento de la región, mientras exploras la cordillera de los Andes y las comunidades que la habitan, terminando en el impresionante Santuario de Machu Picchu.

Esta expedición requiere de excelentes condiciones física, ya que considera exploraciones y ascensiones por una región montañosa. Durante este inolvidable viaje, podrás descansar en nuestros exclusivos campamentos de lujo, el Hotel Machu Picchu Pueblo y nuestro premiado lodge Explora Valle Sagrado.

Fechas de salida 2025

10 de mayo | 14 de junio | 6 de septiembre

Para obtener más información o reservar tu expedición, comuníquese con Explora a reserveexpeditions@explora.com o al +56 2 23952800.

Los miembros de nuestro programa de fidelización Explorer Echo Society pueden acceder a descuentos especiales.

Montañas Sagradas, los Apus

La cosmovisión andina basa su interpretación del mundo desde una profunda observación y comprensión del entorno natural. Para las culturas andinas, la conexión entre los fenómenos naturales y la existencia humana fue esencial para construir su comprensión del universo. A través de la observación del cielo, los antiguos habitantes identificaron el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del Sol, el movimiento de la Luna y la disposición de las estrellas. Este conocimiento no sólo les ayudó a comprender los ciclos estacionales, sino que también integrarlos en su vida cotidiana y espiritual, asignando nombres a los astros basados en elementos de su entorno.

Lo que más destaca de esta cosmovisión es que entrelaza tres dimensiones fundamentales: la científica, la espiritual y la mística. Observando las estrellas lograron reconocer equinoccios y solsticios, y gestionar el tiempo, un recurso vital para las actividades agrícolas, ceremoniales y sociales. Aunque sus métodos eran menos complejos que los actuales, resultaban extraordinariamente eficaces para sus necesidades.

En el corazón de esta cosmovisión se encuentra una concepción profundamente espiritual de lo sagrado. Las montañas sagradas, conocidas como Apus, son un ejemplo de ello. En las tradiciones andinas, los Apus son entidades veneradas que simbolizan la protección de las comunidades. Estas montañas se consideran guardianes del equilibrio natural y espiritual, y su veneración es una práctica que ha perdurado a lo largo de generaciones.

La conexión con los Apus se expresa a través de ofrendas y rituales que transmiten gratitud, respeto y unidad. Estos actos van desde gestos sencillos, como colocar hojas de coca con azúcar o chocolate en la tierra, hasta elaboradas ceremonias dirigidas por sacerdotes andinos. En los rituales conocidos como pagos a la Madre Tierra, se ofrecen productos agrícolas, fetos de animales y otros objetos simbólicos. Estas prácticas sirven de recordatorio vivo de la interdependencia entre los seres humanos y la naturaleza.

Además, los Apus tienen una jerarquía específica dentro de la cosmovisión andina. En la región de Cusco, por ejemplo, los Apus más destacados son Ausangate y Salcantay, montañas majestuosas que representan el poder y la reciprocidad. Junto con otras como Verónica, Chicón y Sawa Siray, forman una red de lugares sagrados venerados tanto por los habitantes locales como por quienes buscan reconectar con esta antigua espiritualidad.

Al integrar lo científico, lo espiritual y lo místico, la cosmovisión andina no sólo revela la sabiduría de las culturas prehispánicas, sino que también nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con el medio ambiente y la importancia de preservar estas tradiciones en un mundo moderno.

Las Rutas Ancestrales y el Qhapaqñan

El sistema de caminos andinos abarca casi 30.000 kilómetros de norte a sur y supera los 60.000 kilómetros si se incluyen sus bifurcaciones. Esta gran red integra los caminos ancestrales construidos por las culturas Caral, Chavín, Huayri y Quechua, junto con el Qhapaq Ñan, o «Camino del Señor», que se trazó sobre antiguas rutas y una nueva infraestructura que fue añadida a estos caminos preexistentes.

Partiendo desde Cusco, el sistema de caminos se extendía hacia los cuatro puntos cardinales, marcando la división territorial del Tahuantinsuyo, que permitió el acceso a los cuatro suyos (quechua suyu: ‘región’ o ‘territorio’).

El sistema de caminos conocido como Qhapaq Ñan es «uno de los logros más monumentales del ingenio humano, creado en uno de los entornos naturales más hostiles del planeta». Debido a su enorme importancia cultural, técnica y simbólica, este proyecto transmite un poderoso mensaje a todas las naciones del mundo. Es un modelo de cooperación cultural.

Durante la expedición por los Andes, se atraviesan diversos pisos ecológicos que ofrecen una riqueza única de flora y fauna. Estos ecosistemas varían desde el bosque de nubes, pasando por la puna altoandina, hasta el Valle Sagrado, cada uno con características propias que permiten descubrir una impresionante biodiversidad y paisajes cambiantes.

El bosque de nubes, ubicado en los últimos tramos del recorrido hacia Machu Picchu, es uno de los ecosistemas más diversos de la expedición. Este tramo, que incluye la caminata entre Chachabamba y el puente Inca, alberga una gran variedad de flora como orquídeas, helechos, musgos y líquenes, muchas de ellas aún no completamente estudiadas.

Entre la fauna destacada, se encuentra el oso de anteojos, el único oso de Sudamérica, que habita en este ecosistema desde el norte de Perú hasta Bolivia. Aunque es difícil avistarlo debido a su comportamiento esquivo y la actividad humana en la región, su presencia simboliza la riqueza natural del área. Este hábitat también es hogar de mariposas, aves y pequeños mamíferos, consolidando al bosque de nubes como un espacio único para la observación de biodiversidad.

A medida que se asciende a la puna altoandina, situada a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar, el paisaje cambia drásticamente. Las condiciones extremas de frío, viento y lluvia moldean tanto la flora como la fauna de esta región. La vegetación está dominada por paja brava (ichu) y pequeñas flores que crecen cerca del suelo como mecanismo de protección natural. Entre los animales característicos de esta zona se encuentran los zorros andinos, pumas y cóndores, aunque sus avistamientos son poco frecuentes debido a la baja densidad poblacional y la actividad humana.

En áreas de pastoreo, es común encontrar alpacas, llamas y otros animales introducidos como vacas y ovejas. Además, esta región es un importante centro agrícola para el cultivo de papa nativa, adaptada a las condiciones adversas de la altura.

La transición entre la puna y el Valle Sagrado ocurre en la región conocida como Suni, una meseta árida con cultivos estacionales de cereales como cebada y trigo. Durante las temporadas de lluvia, también se cultivan maíz y papa en áreas cercanas a fuentes de agua. Aquí, la flora incluye tanto arbustos como árboles nativos, como el chaucha, una especie que estuvo en peligro de extinción pero que ahora está en recuperación. En cuanto a la fauna, destacan los animales de granja, como burros, bueyes y gallinas, mientras que los animales silvestres, como la taruca (un tipo de venado), a veces descienden a esta región en busca de agua y alimento.

El Valle Sagrado, situado a menos de 3,000 metros sobre el nivel del mar, es un ecosistema fértil y diverso. Sus laderas protegidas y abundantes fuentes de agua lo convierten en una región ideal para el cultivo de productos emblemáticos como el maíz blanco gigante, además de frutas como peras, duraznos y manzanas. También se encuentran fresas, tanto nativas (frutillas) como variedades introducidas. La fauna, por su parte, está dominada por animales de granja, aunque ocasionalmente es posible avistar especies silvestres que descienden de las zonas más altas.

La expedición por los Andes permite no solo explorar esta diversidad de flora y fauna, sino también comprender la relación entre la naturaleza y las comunidades locales. Cada ecosistema visitado, desde la exuberancia del bosque de nubes hasta la resiliencia de la puna y la fertilidad del Valle Sagrado, refleja la rica biodiversidad y la capacidad de adaptación de las especies a las condiciones de estas altitudes. Aunque algunas especies son difíciles de observar, el recorrido deja una impresión profunda sobre la importancia de conservar estos entornos únicos y aprender de las interacciones que los han sostenido durante siglos.

  • Montañas Sagradas, los Apus

    La cosmovisión andina basa su interpretación del mundo desde una profunda observación y comprensión del entorno natural. Para las culturas andinas, la conexión entre los fenómenos naturales y la existencia humana fue esencial para construir su comprensión del universo. A través de la observación del cielo, los antiguos habitantes identificaron el movimiento de traslación de la Tierra alrededor del Sol, el movimiento de la Luna y la disposición de las estrellas. Este conocimiento no sólo les ayudó a comprender los ciclos estacionales, sino que también integrarlos en su vida cotidiana y espiritual, asignando nombres a los astros basados en elementos de su entorno.

    Lo que más destaca de esta cosmovisión es que entrelaza tres dimensiones fundamentales: la científica, la espiritual y la mística. Observando las estrellas lograron reconocer equinoccios y solsticios, y gestionar el tiempo, un recurso vital para las actividades agrícolas, ceremoniales y sociales. Aunque sus métodos eran menos complejos que los actuales, resultaban extraordinariamente eficaces para sus necesidades.

    En el corazón de esta cosmovisión se encuentra una concepción profundamente espiritual de lo sagrado. Las montañas sagradas, conocidas como Apus, son un ejemplo de ello. En las tradiciones andinas, los Apus son entidades veneradas que simbolizan la protección de las comunidades. Estas montañas se consideran guardianes del equilibrio natural y espiritual, y su veneración es una práctica que ha perdurado a lo largo de generaciones.

    La conexión con los Apus se expresa a través de ofrendas y rituales que transmiten gratitud, respeto y unidad. Estos actos van desde gestos sencillos, como colocar hojas de coca con azúcar o chocolate en la tierra, hasta elaboradas ceremonias dirigidas por sacerdotes andinos. En los rituales conocidos como pagos a la Madre Tierra, se ofrecen productos agrícolas, fetos de animales y otros objetos simbólicos. Estas prácticas sirven de recordatorio vivo de la interdependencia entre los seres humanos y la naturaleza.

    Además, los Apus tienen una jerarquía específica dentro de la cosmovisión andina. En la región de Cusco, por ejemplo, los Apus más destacados son Ausangate y Salcantay, montañas majestuosas que representan el poder y la reciprocidad. Junto con otras como Verónica, Chicón y Sawa Siray, forman una red de lugares sagrados venerados tanto por los habitantes locales como por quienes buscan reconectar con esta antigua espiritualidad.

    Al integrar lo científico, lo espiritual y lo místico, la cosmovisión andina no sólo revela la sabiduría de las culturas prehispánicas, sino que también nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con el medio ambiente y la importancia de preservar estas tradiciones en un mundo moderno.

  • Las Rutas Ancestrales y el Qhapaqñan

    El sistema de caminos andinos abarca casi 30.000 kilómetros de norte a sur y supera los 60.000 kilómetros si se incluyen sus bifurcaciones. Esta gran red integra los caminos ancestrales construidos por las culturas Caral, Chavín, Huayri y Quechua, junto con el Qhapaq Ñan, o «Camino del Señor», que se trazó sobre antiguas rutas y una nueva infraestructura que fue añadida a estos caminos preexistentes.

    Partiendo desde Cusco, el sistema de caminos se extendía hacia los cuatro puntos cardinales, marcando la división territorial del Tahuantinsuyo, que permitió el acceso a los cuatro suyos (quechua suyu: ‘región’ o ‘territorio’).

    El sistema de caminos conocido como Qhapaq Ñan es «uno de los logros más monumentales del ingenio humano, creado en uno de los entornos naturales más hostiles del planeta». Debido a su enorme importancia cultural, técnica y simbólica, este proyecto transmite un poderoso mensaje a todas las naciones del mundo. Es un modelo de cooperación cultural.

  • Durante la expedición por los Andes, se atraviesan diversos pisos ecológicos que ofrecen una riqueza única de flora y fauna. Estos ecosistemas varían desde el bosque de nubes, pasando por la puna altoandina, hasta el Valle Sagrado, cada uno con características propias que permiten descubrir una impresionante biodiversidad y paisajes cambiantes.

    El bosque de nubes, ubicado en los últimos tramos del recorrido hacia Machu Picchu, es uno de los ecosistemas más diversos de la expedición. Este tramo, que incluye la caminata entre Chachabamba y el puente Inca, alberga una gran variedad de flora como orquídeas, helechos, musgos y líquenes, muchas de ellas aún no completamente estudiadas.

    Entre la fauna destacada, se encuentra el oso de anteojos, el único oso de Sudamérica, que habita en este ecosistema desde el norte de Perú hasta Bolivia. Aunque es difícil avistarlo debido a su comportamiento esquivo y la actividad humana en la región, su presencia simboliza la riqueza natural del área. Este hábitat también es hogar de mariposas, aves y pequeños mamíferos, consolidando al bosque de nubes como un espacio único para la observación de biodiversidad.

    A medida que se asciende a la puna altoandina, situada a más de 4,000 metros sobre el nivel del mar, el paisaje cambia drásticamente. Las condiciones extremas de frío, viento y lluvia moldean tanto la flora como la fauna de esta región. La vegetación está dominada por paja brava (ichu) y pequeñas flores que crecen cerca del suelo como mecanismo de protección natural. Entre los animales característicos de esta zona se encuentran los zorros andinos, pumas y cóndores, aunque sus avistamientos son poco frecuentes debido a la baja densidad poblacional y la actividad humana.

    En áreas de pastoreo, es común encontrar alpacas, llamas y otros animales introducidos como vacas y ovejas. Además, esta región es un importante centro agrícola para el cultivo de papa nativa, adaptada a las condiciones adversas de la altura.

    La transición entre la puna y el Valle Sagrado ocurre en la región conocida como Suni, una meseta árida con cultivos estacionales de cereales como cebada y trigo. Durante las temporadas de lluvia, también se cultivan maíz y papa en áreas cercanas a fuentes de agua. Aquí, la flora incluye tanto arbustos como árboles nativos, como el chaucha, una especie que estuvo en peligro de extinción pero que ahora está en recuperación. En cuanto a la fauna, destacan los animales de granja, como burros, bueyes y gallinas, mientras que los animales silvestres, como la taruca (un tipo de venado), a veces descienden a esta región en busca de agua y alimento.

    El Valle Sagrado, situado a menos de 3,000 metros sobre el nivel del mar, es un ecosistema fértil y diverso. Sus laderas protegidas y abundantes fuentes de agua lo convierten en una región ideal para el cultivo de productos emblemáticos como el maíz blanco gigante, además de frutas como peras, duraznos y manzanas. También se encuentran fresas, tanto nativas (frutillas) como variedades introducidas. La fauna, por su parte, está dominada por animales de granja, aunque ocasionalmente es posible avistar especies silvestres que descienden de las zonas más altas.

    La expedición por los Andes permite no solo explorar esta diversidad de flora y fauna, sino también comprender la relación entre la naturaleza y las comunidades locales. Cada ecosistema visitado, desde la exuberancia del bosque de nubes hasta la resiliencia de la puna y la fertilidad del Valle Sagrado, refleja la rica biodiversidad y la capacidad de adaptación de las especies a las condiciones de estas altitudes. Aunque algunas especies son difíciles de observar, el recorrido deja una impresión profunda sobre la importancia de conservar estos entornos únicos y aprender de las interacciones que los han sostenido durante siglos.